El espacio se presenta a primera vista como el problema central. Una pequeña maqueta que representa dos habitaciones busca reponer las condiciones del recinto que albergará las pinturas. El sitio real, la arquitectura física de las salas de la galería, es pensado como parte de la obra y ésta, a su vez, se sitúa dentro de esa arquitectura en busca de una posición. Espacio real y representado intentan confundirse. Obra de soporte convencional destinada a durar y obra efímera, aparecen también mutuamente implicadas.
El trabajo de Leila Tschopp se ubica en un área de estabilidad sólo aparente en donde cada pieza es lo que es pero incluye, a su vez, la posibilidad de su contrario. Una cuidada superposición de planos de color y sus yuxtaposiciones más una perspectiva rigurosa, son los dispositivos plásticos que definen a estas piezas; con ellos se construyen espacios diáfanos, arquitecturas de superficies netas, escenarios utópicos. Con ellos a la vez, se crean tensiones diversas destinadas a poner en cuestión las primeras certezas que estas imágenes ofrecen. Donde se lee un damero que entra en el espacio configurando la ilusión de la tercera dimensión, el encuadre elegido la pone en duda y vuelve a reivindicar el plano; en otras obras, cuando se lee un espacio cerrado que se abre hacia un exterior, la divergencia de las líneas y las diagonales de planos-sombra terminan contrariando la idea primera. Describe volúmenes geométricos con matices de grises en los que seduce la proximidad de una mirada cercada que sólo puede dirigirse hacia lo alto, pero con ella también la planimetría de un elemento de geometría más blanda pone nuevamente en cuestión la evidencia inicial.
Pinturas de soporte móvil y pinturas murales de carácter temporario hacen de cada muestra de Tschopp un sitio específico en el que el espacio es estudiado detenidamente con el propósito de cuestionarlo, distorsionar sus coordenadas, violar sus límites, involucrar la experiencia del espectador, inquietarlo.
En este sentido, los recursos elegidos resultan interesantes ya que colocan fuertemente a la artista en la tradición de la pintura occidental, en la lógica de las conquistas de la representación ilusionista que desde el siglo XV gobierna buena parte de la producción visual, ya sea para su afirmación como para su negación.
La pintura se presenta como un sitio problemático, hoy quizás más que nunca ya que sus límites fueron expuestos una y otra vez. Sin embargo sigue allí, atrayendo a artistas que como Leila se detienen en la historia y el oficio, posicionándose críticamente ante ambos. Estos conocimientos le permiten desarrollar composiciones complejas con gran economía de recursos alcanzando con ellas la paradójica condición de solidez e inestabilidad a la vez.
Así la pintura es para Tschopp un acto de provocación desde el que reivindica para sí toda la tradición de la pintura occidental para cuestionar, a partir de la exploración de sus estrategias de la ilusión, el estatuto de verdad que ella sostiene.
Diana B. Wechsler
Buenos Aires, agosto 2011